miércoles, 11 de abril de 2012

TIPS

Claramente no nací una experta haciendo dedo y por mucho que me gustará, al principio la vergüenza le ganaba un poquito más a las ganas. Pero con el tiempo, fui aprendiendo cosas e inventando otras que me han hecho más viable este deporte/placer/necesidad, como por ejemplo:


- Hacer dedo con la ropa más casual que tenga. Nada muy escotado, ninguna posibilidad de usar falda (salvo que el largo supere las rodillas) y la opción de usar short si y sólo si se ven roñosos y largos.


- Por más que me guste pintarme los labios rojos y crea que con lo que traigo puesto se vería increíble, nunca usar nada de maquillaje. Mientras más natural uno se vea me da la sensación que es mejor – no vaya a ser que confundan mis intenciones-.


- No ponerme nunca la mano en la cadera, ni doblar la rodilla, ni apoyarme sobre el cuerpo hacia un lado. Siempre creo que van a pensar que soy una puta o algo así, por lo mismo, mientras más suelto y relajado tenga mi brazo colgando a mi lado mejor será.


- Nunca usar lentes de sol, por mucho que me pegue toda la luz en la cara. Tengo la sensación que uno se ve más confiable cuando se le pueden ver los ojos. Además, mirar a lo ojos al conductor y seguirlo con las vista de vez en cuando puede influir en la decisión.


- Siempre ponerme en lugares de la carretera –saliendo de Santiago lo mejor es en Pajaritos, un poco más allá del terminal-, o fuera de una bomba de bencina, donde sea fácil verme y más fácil aún parar por ahí.


- El cigarro es infaltable, como cuando uno espera que pase la micro después de mucho rato de dar vueltas en el paradero. Si se demora mucho en venir uno prende un cigarro y por obra de magia –o maldita, a veces útil, ley de Murphy- aparece una a lo lejos. Haciendo dedo es lo mismo, casi siempre para un auto en la mitad –algunos dejan subir con el- y si no para nada, por lo menos uno tuvo el gusto de disfrutar el vicio mientras esperaba.


Si alguien tiene algún otro estaré gustosa de leerlo.

domingo, 25 de marzo de 2012

Amateur

Recuerdo que la primera vez que hice dedo en mi vida fue en el verano del 97 o del 98, o sea, tenía entre 8 y 9 años. Eran las primeras vacaciones que teníamos mi mamá, mi hermano y yo solos. Mis papás se acababan de separar y mi mamá decidió llevarnos a hacer lo que nunca habíamos hecho antes y que ella siempre había querido hacer: acampar.


Esa vez estábamos en el Parque Nacional Conguillío, al sur de Chile, y con mi hermano asistíamos todos los días a las actividades y juegos que le hacían a los niños por ahí. Una de esas veces nos encontrábamos muy lejos del campamento e íbamos un grupo como de 10 niños caminando cerro abajo. En eso, pasa una camioneta roja y la verdad es que no recuerdo si la persona paro sola o alguien de nuestro grupo la detuvo, pero ahí nos fuimos.


Escalamos en estampida la parte de atrás y nos fuimos amontonando unos sobre otros como podíamos, mientras invadíamos el ambiente con risas cómplices que parecían hacer eco entre las araucarias. El auto comenzó a andar y el viento frío chocaba contra nuestras caras… la sensación de adultez era nueva y desconocida, pese a que fuera un parque cerrado y lleno de guardias yo me sentía grande. Y más aún, me sentía libre, como si fuera capaz de hacer todo lo que quisiera en la vida.


Quizás por esa sensación nunca deje de hacer dedo, por el amor a esa pequeña sensación de libertad.